En esta parte de la realidad los aprendizajes que se nos ofrecen son básicamente dos:
* Recordar el amor incondicional.
* Recordar la importancia del desapego.
Ambos conceptos se integran perfectamente bien y los traemos en nuestro ser, pero hemos puesto un manto de olvido sobre ellos.
La vida aquí es sumamente difícil si permanecemos en el error de creer que una fuerza exterior ha decidido arbitrariamente lo que viviríamos y cómo lo viviríamos... También se hace complicada esta vida si nos negamos a fluir y a recordar lo que significan el amor incondicional y el desapego.
Sufren quienes se aferran eternamente a las experiencias de esta porción de la realidad.
De hecho, en cada instante experimentamos oportunidades para trabajar el desapego: Van quedando atrás las etapas de nuestra vida...
La muerte física es la experiencia que más nos pone a prueba para demostrarnos qué grado de desapego hemos logrado desarrollar. Sufre quien ha olvidado completamente lo que significa el desapego en la etapa de la muerte física de un ser querido, porque cree que él se ha desconectado.
En cuanto al amor incondicional, también a menudo nos ponemos a prueba. Quizás, la mejor manera de entenderlo es cuando recordamos que todos procedemos de la misma Fuente, por lo que todos estamos conectados.
El olvido nos permitió descubrir esta parte de la realidad. Al olvidar nos atrevimos a experimentar la creencia de un posible corte de conexión con la Fuente. Si bien ese corte nunca podría ser concretado, quien olvida cree que sí.
Desapegarse no es alejarse, sino elegir no poseer al otro (persona o circunstancia)
Amar incondicionalmente es también sinónimo de no poseer.
Poseer es un acto de egoísmo.
El amor, en cambio, es propio del altruismo.
Cuando se habla de la segunda venida de Cristo, se está haciendo referencia a recordar que en nuestro interior estuvo siempre la llama Crística. El Amor y el Desapego la caracterizan.
Cristo vino para recordarnos que Él no está afuera, sino adentro nuestro, lo cual implica una vivencia enorme y hermosa.
La llama Crística está desde siempre en nuestro interior.
De nosotros depende hacerla brillar.
Namasté
Stella Maris
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